Tontetos, difeorrimas y ripiolemas

Ya ves que ando escaso de dinero,
y nadie en el barrio me conoce.
Transparente resulto a las miradas,
de las bellas que pasan junto a mí.

Pero ven, deja que te muestre,
mira y verás:

Si cortamos una cinta bien larga,
y pegamos sus bordes con cuidado,
surgirá un mundo de solo una cara,
donde, alegres, vivir desorientados.

El círculo más vicioso
y la recta más coqueta
se enrollaron en un tubo,
embrión de la botella.

Compactos, sin penetrarse,
en una dimensión extra,
confunden a quien pretenda
estar dentro, o quedar fuera.

Pretendió resolver el gran problema,
que Riemann formuló con perspicacia.
La Hipótesis quiso hacer teorema:
quimeras en la edad de la arrogancia.
Varias veces creyó subir la cima,
disponiendo los ceros con audacia.
Mas la Zeta el favor siempre escatima:
todo lema crucial cae en desgracia.
Aunque pronto su mente ya aprendía
la lección de errores tan funestos,
y lo intenta otra vez con más porfía.
Sueña ceros en fila bien dispuestos:
¡qué prueba tan perfecta!, ¡qué alegría!,
¡qué control de los primos y compuestos!
Pero siempre despertaba hallando un fallo,
un error en el engarce de las ideas
por donde la construcción se venía abajo.

Pasó el tiempo y aquel joven arrogante era ya un anciano. Un atardecer, mientras descendía la ladera de una montaña menor, frente al mar encendido por el sol poniente, tuvo la visión de la Zeta formando una superficie bellísima, suave y ondulada en muchas partes, agreste en otras como una ola a punto de romper, pero con sus esquivos ceros perfectamente alineados (¿perfectamente?). Sentado bajo una encina, permaneció en silencio durante muchas horas observando cómo una distribución tan bella se reflejaba en el mar.


Verde, verde esmeralda,
azul turquesa, azul ultramar,
índigo, violeta:
síntesis de luz.
Ondas, vibraciones, trigonometría,
espirales, remolinos, puntos de fuga.
Venus de proporciones divinas.
Fuego que da la vida,
el calor y el color.
Amarillo, naranja,
rojo, carmín.

Con ritmo sostenido,
afectuoso, acariciante,
comienza la sonata,
mi Musa, mi teclado,
apertura andante.

Un crescendo
de notas y de ondas,
eleva la frecuencia
en cascadas de energía.
Con múltiples acordes
aumentan su entropía,
y cálidas se disipan
en clave Do-mayor.

Y cuando recorro de nuevo tu teclado
sólo hay dos sonidos
en acorde acompasados,
tónico y dominante,
que, desde el primer instante,
tocamos enlazados.
Y el tiempo se dilata,
el espacio se contrae,
y el mundo es un Aleph
que apenas nos distrae.

Luego en Do mayor irrumpe otra harmonía,
que tras un breve interludio
reaparece con fuerza en el allegro.
Sigue un movimiento lento
que nos devuelve al andante,
y a un garboso y estilizado scherzo,
en el que beso los cálidos labios
de tu vibrante cuerpo.

La música entra de lleno en el adagio,
se ciñe a la clave La-menor subdominante.
Tierna, feliz, delicuescente,
suplicas que toque más despacio.
La nota se interrumpe por una cadencia improvisada,
que nos lleva a un ágil rondó.
allegro vivace, molto vivace,
en una cuerda dominante se queda suspendida,
y en Mi-mayor retornamos al adagio.
Pero aún resta un último compás,
una coda final, una magnífica harmonía:
mi cuerpo fundido en el tuyo,
tu dicha y la mía.


Desde la biblioteca,
en la compañía sabia de los libros,
contemplo caer la tarde.

Toda la luz del crepúsculo es absorbida por la encina,
frondosa frente a la ventana.
Su verde oliva cambia a dorado,
mitad rojizo, naranja y cálido,
como el lago traspasado por el sol poniente,
mientras se ensimisma fractal la montaña.

He querido ser orfebre de ideas,
engarzadas en hermosas cadenas
que venzan el paso del tiempo.
Y a ese empeño dedico mis horas,
buscando la plata y el oro,
ocultos, como esquivo tesoro,
en un Dédalo de números y fórmulas.

La vida que se lleva amistades y amores,
y trae derrotas en tantas empresas,
impone su melancolía.
Pero a veces concede pequeñas victorias,
adornadas con bellos poemas,
o acaso teoremas,
que permiten con cierto sosiego
contemplar en la paz de la tarde esa encina,
frente al lago que un sol rojo ilumina.


Te quiero alegre, lúbrica y libre,
mientras el arpa en tu seno escondida,
entre mis brazos logro que nos vibre,
creando el dulce canto de la vida.

Armonioso acorde en gozoso timbre,
meciéndote entera en ondas sumida,
cálida en tu piel, de musgo, de mimbre,
trémula yaces de placer herida.

Polifonía de arrullos y besos.
Caricias sobre los cuerpos derrama
el suave temblor de toques diversos.

Cesan las olas, cede luz la llama,
frenan su fuerza los ritmos traviesos,
brillan tus ojos y el aire se calma.


Perseguí un enigma,
le ofrecí mi tiempo.
Inventé estrategias
que llevose el viento.

Formulé preguntas,
coseché el silencio.
Inicié mil cuentas
que jamás luz vieron.

Se esfumó mi esfuerzo
en tan vano empeño:
ni obtuve la prueba,
ni el gran contraejemplo.

Lo que yo he buscado
se hallará muy lejos.

La gran conjetura,
la gran ambición:
el huevo es ovoide,
lo dijo Colón.
Rey Pastor lo creía,
seis libros llenó.
Empero la prueba
nunca se encontró.
Mas luego Ancochea
y también Santaló
tuvieron la idea,
¡genial, de cajón!
Que ninguno de ellos
jamás publicó.

Feliz surge la idea que nos lleva
por la senda ingeniosa,
que parece certera,
a la vera, muy cerca,
de ese ansiado teorema.

Pero la esquiva verdad no nos deja,
escondida en su templo,
ni desnuda probarla,
ni tampoco falsarla
con sutil contraejemplo.

Y aunque la mente mil tretas produce,
ofreciendo al diablo el clásico pacto.
Pasa el tiempo, la ambición se reduce,
y otra derrota cedemos de facto:

Poseerla en cualquier traje típico
de una hipótesis clara y razonable,
que permita un saludo al respetable
en forma de artículo científico.

Conviene publicar un disparate,
Tan obsceno que ofenda de ipso facto.
Te darán un gran índice de impacto,
Los ingenuos que miren tu dislate.

No importa si es con cuerdo o botarate,
De citas mutuas sellarás un pacto.
Aunque sean banales y sin tacto,
Juntas harán lucir tu escaparate.

No intentes un problema complicado,
Si el ritmo frena en tus publicaciones.
Pues debes mantenerlo acelerado.

En alza tengas siempre tus opciones
De rozar el poder en el poblado,
Con índices y citas a montones.

Así es la ola,
viajera con su grupo,
rompiendo sola.

Como una gota,
que a la luz divide,
cuando la toca.

Círculo amigo,
vagando por tu centro,
vicioso sigo.

Venus y espejo,
el genio de Velázquez,
cuerpo perfecto.

Gran conjetura,
ideas, intuiciones,
pizarra y tiza.

Pitágoras pensó un mundo perfecto,
donde todo es número y racional.
Pero Hipaso encontró un grave defecto,
del cuadrado unidad la diagonal.

Desde entonces muchos irracionales
irrumpen en las cuentas, por doquier.
Aunque identificarse entre los reales
es algo que siempre evitan hacer.

Arquímedes escribió el Arenario,
calculando de π sus decimales.
Y Lambert, geómetra visionario
de la Ilustración, con mañas geniales
logró que π y e salieran del armario.

Lo que hicieron con gran osadía,
exhibiendo sus almas trascendentes,
mostrando que el círculo no podía
ser cuadrado al compás de los presentes.

Cantor supo ordenar los racionales
en fila de uno, estricta formación.
Pero tratándose de irracionales
no cabe esperar tal numeración.

Cuando con ambos ojos bien cerrados
escoges al azar un valor real,
muy probable es que sea irracional.
Más si lo haces con poca precaución,
será un gran enigma: ver si es o no.

Hay reales que puedes computar,
leer sus cifras sin ningún titubeo.
Pero muchos no se dejan nombrar,
ya sea en griego, latín o arameo.

Hay computables que, en la intimidad,
lucen con cifras de curso legal,
practican virtud de ergodicidad
dando una imagen decente y normal.

Pero en cuanto a π lanzas la cuestión:
si en privado es normal o peculiar
y si a sus cifras puedes admirar,
ágil se irá sin dar contestación.

Del cosmos nuestra teoría final,
todas las fuerzas más la gravitación,
remite de nuevo a la idea inicial:
Porque si las cuerdas hay que entender,
sus ecuaciones habrá que resolver.

De modo que Pitágoras, en cierta proporción,
pensando a su manera, también tenía razón.

Cuánto mejor no fuera ser prudente
mostrando a tanto necio indiferencia,
si en aras del progreso de la ciencia
traicionan como muerde la serpiente.

Cuánto hastía el mendaz incontinente,
ufano de su nombre y apariencia,
quien trocando ruindad en prepotencia,
ansía ser famoso entre la gente.

Habrá que mitigar el duro juicio
que merece el afán del mentiroso:
académica cola reluciente,
engordando el currículum con vicio,
hincha el pavo real tan vanidoso
que en corral se desea presidente.

Todas las mañanas cuando me levanto,
tengo las ideas más turbias que el barro.
Luego desayuno, me fumo un cigarro,
y ecuación que pillo la integro ipso-facto.

Para musa tan esquiva,
un beso furtivo,
espiral, enroscado,
paralelo,
perpendicular.

En las horas más dulces
navego tu cuerpo,
complejo, completo,
descubro un teorema,
hito del milenio,
ley fundamental.

Inmerso en tu seno,
cóncavo, convexo,
demuestro un gran lema,
orfebre de ingenio,
en función maximal.

Osculo tus curvas,
misterios gozosos,
mientras fluye el poema,
tormenta e incendio,
vibrante y sensual.

Decaen las olas,
amainan los vientos,
mas brillan tus ojos
curvando el espacio,
viajeros del tiempo.
Teorías del todo,
materia del sueño,
teorema y poema,
idea genial.

Original jamás tuvo una idea,
m ás presume de mil publicaciones
repitiendo unas pocas opiniones
que aburren a cualquiera que las lea.

Resolver los problemas no desea,
sino seguir alzando sus opciones,
con citas de un hatajo de bufones,
de pillar las prebendas de la aldea.

Trivialidad de tal naturaleza,
hipótesis que mudan cada rato,
teoremas de estúpida simpleza.

Si viendo tanto plagio sin recato
el gran Gauss levantara la cabeza,
en su sitio pondría al insensato

Tan mezquino, tan vil, tan vanidoso.
Tan traidor, tan artero, tan doloso.
Tan ruin, tan meapilas, tan baboso.
Tan tonto, tan imbécil, tan patoso.

Al engaño, al crimen, al acecho.
Al saqueo, al fraude, al cohecho.
Al pillaje, al hurto, al provecho.
Al insulto, al desaire, al despecho.

Nada siente, nada sabe, nada viere.
Nada inicia, nada acaba, nada fuere.
Nada piensa, nada crea, nada infiere.
Nada tiene, nada vale, nada adquiere.

Todo humo, todo cuento, todo absenta.
Todo negro, todo blanco, todo argenta.
Todo ataca, todo acosa, todo atenta.
Todo vale, todo insulto, todo afrenta.

Que odia, que adula, que tira-levita.
Que bulle, que conspira, que se agita.
Que miente, que emponzoña, que vomita.
Que copia, que te plagia y no te cita.

Aunque muy parco en ideas
de la red fue campeón.
Hubiera o no hubiera teorema
creció y se multiplicó.

La Academia que dicen de la Ciencia,
pretende demostrar que Dios existe:
evolución, Big Bang, a todo embiste
Salinas con osada incontinencia.

Tres Numerarios pierden la paciencia
ante ese Mago de genio tan triste:
mezclar a Gödel con la chacha es chiste
que a todos ellos pone en evidencia.

Einstein, Penrose, Weyl, el Universo,
se funden en alarde delirante
con Cristo y con San Juan: ¡La Biblia en verso!

El gran Groucho diría altisonante:
¿Academia?, tal vez, pero es perverso
que por ciencia la juzgues relevante.

Con esa borrosa lógica
de un control bien rutinario,
prenden al p-laplaciano
acusado de plagiario.
En dura isla bornológica
del espacio más abstracto,
confinan a ese villano,
a ese perverso retracto.
Haciendo callar su voz,
antes que algún necio ufano
lo vuelva a sacar de armario
y se difunda veloz,
tan sañudo y sanguinario,
tan insidioso y malsano,
creando otro lema atroz
que el cerebro deje plano,
del doctor y del becario.

Sofrito de tomate con cebolla
en manos de una guapa cocinera,
comienzo prodigioso de la olla:
azafrán, comino y yerbabuena.

Perfumando a bajocas, calabaza,
al humilde garbanzo y la patata,
con ese dulce toque de la pera,
en el fuego que todo lo recrea:
azafrán, comino y yerbabuena.

Armónica síntesis huertana,
que al espíritu se eleva.
Barroca sinfonía de sabores,
tras lengua y paladar,
al alma llega.

Y uno mira con ojos bien golosos
las curvas de la guapa cocinera.